miércoles, 8 de mayo de 2019

Tercera Palabra: ¡Mujer, ahí tienes a tu hijo! ¡Hijo, ahí tienes a tu madre!




La tercera palabra del Señor resume en dos frases el plan de salvación que culminaba en la Cruz del Calvario. En medio de la escena de dolor y desesperación, en frente de Cristo, se encuentran dos personajes muy importantes en el drama de la pasión: La Santísima Virgen María y el discípulo amado, el apóstol Juan. Y es que en ellos se encuentra representada la humanidad y la Iglesia. Jesús no llama a María “Madre” sino “Mujer” haciendo alusión a la promesa hecha por Dios en el Paraíso de que por medio de la Mujer vendría la redención de la humanidad y que ella engendraría a la Simiente que vencería de una vez y por todas al Diablo y le quitaría el poder que había ejercido desde entonces sobre los hijos de Adán.

Y es que María de Nazaret es la mujer prometida que engendra en su ser al Cristo Redentor. Ella, la de la “Inmaculada Concepción” fue preservada del pecado original por los méritos de Cristo, pues siendo Él “El Santo de los Santos” no podía encarnarse en nada que tuviera contacto con el pecado. María es concebida sin mancha pues es la primera redimida por Cristo. Llena de gracia como ningún otro ser, engendra en su interior a La Palabra de Dios, el Verbo Encarnado. Convirtiéndose así en el arca de la nueva alianza.

Junto a San José llevan una vida piadosa y guardan en su corazón el cumplimiento del plan de salvación que había sido revelado al pueblo de Israel. José no ve a María como cualquier hombre mira a su esposa, pues su conocimiento de las escrituras lo capacitaban para saber que estaba enfrente de la “Virgen” profetizada por el profeta Isaías. Sabe que su esposa es la madre del Mesías prometido, la madre del Hijo del Dios Yahvé, por lo que él está al cuidado de la Theotokos o la “Madre de Dios”. Su amor es diferente, es superior e incapaz de ser comprendido por los hombres del Siglo XX y XXI acostumbrados a la pornografía, los prostíbulos y toda la sexualización de la vida cotidiana. José jamás tocó ni miró a María con ojos sexuales.

María es la única mujer que concibe sin dolor, sin el pago del castigo del pecado original. El nacimiento de Jesús no hace estragos en el cuerpo de María por lo que su virginidad no es puesta en peligro para que durante toda su vida siga siendo la “Virgen” antes, durante y después de haber concebir a Cristo haciéndola la "Aeiparthenos". Por lo que su “Virginidad Perpetua” se mantiene intacta y vigente hasta el día de hoy.

María, por ser la criatura más avanzada nacida de mujer, comprende todo el plan de Salvación y va guardando los acontecimientos en su corazón. Y aunque hay cosas que al principio no entiende de Jesús, con el tiempo logra asimilarlo. Es su primera discípula, el apoyo en la privacidad de su hijo. Jesús al iniciar su ministerio la empieza a señalar como “Mujer” en clara alusión a la sustituta que Dios ha designado para EVA “La madre de todos los pecadores”. Mientras que María tendrá que ser “La Madre de todos los redimidos”. Es allí donde estas palabras dichas en la Cruz por el Señor toman sentido. Cristo no quiere dejar nada al azar y le entrega la responsabilidad a su Madre, La Mujer o Nueva EVA, del cuidado de la Iglesia representada en el apóstol Juan, quien es el único de los discípulos que no abandona al Señor, que está al pie de la cruz y sufre junto con María la pasión de su Señor. 

Juan es el único que hace lo correcto pues en vez de irse a esconder va a buscar a María y está junto a ella en todo el proceso de Pasión del Señor. Él también sufre indescriptiblemente pues ve el sufrimiento y la humillación del hombre que más amó en su vida, pero en medio del dolor recibe consuelo de la fortaleza inmensa de la Virgen María, la cual sufre en silencio la estocada de la espada que atraviesa su corazón tal y como se lo había profetizado el anciano Simeón.

María siendo viuda y sin hijos quedaría desprotegida y en la mendicidad si no tiene un hombre judío que se haga cargo de ella en la sociedad de la Palestina del Siglo I. Juan la reciben en su casa y la protege, no sin antes entender que quien realmente está recibiendo protección es él y posteriormente la Iglesia cristiana que nacerá en Pentecostés. Al final de sus días María es Asunta a los Cielos después de ser adormecida como premio a todas sus VIRTUDES, pero sobre todo por el Amor que desde su concepción le dio a LA TRINIDAD. Ella es llevada a la gloria de Dios como lo fueron Enoc, Elías y Moisés. Si ellos, hombres que nacieron con el pecado original fueron llevados a la gloria de Dios ¿Cuánto más no se merecía tan gran honor la MADRE DEL REDENTOR?

Juan terminaría sus días tranquilo y después de dejar una herencia evangélica sin precedentes, es el último de los apóstoles y el único que no sufrió martirio alguno, pues él lo padeció a los pies de la Cruz junto a la madre de JESÚS.

Reflexión.
Pues de todo esto debemos sacar una conclusión para nuestro tiempo y es que, como el Apóstol Juan, debemos mantenernos unidos a la Santísima Virgen María, para soportar los ataques lanzados contra nuestra fe y nuestra Iglesia. Vivimos en una época donde el mal es premiado y promovido por una sociedad cada vez más vacía espiritualmente y libertina. Nuestro compromiso es llevar a cabo nuestra Misión de Evangelizar al mundo, con argumentos sólidos y basados en el estudio y la reflexión libre de fanatismos, pero sobre todo con la coherencia de nuestras vidas, que al final es la prueba más válida para que el mundo crea que Cristo está vivo.

1 comentario:

  1. excelente escrito y reflexión, me fueron despejadas algunas dudas que tenía en cuanto a la madre de Dios

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