Con
y Sin Cristo en el Hogar
Había
una vez en un pueblo lejano muy lejano dos familias vecinas, que
aunque estaban muy cercanas físicamente, sus pensamientos, creencias
y decisiones se encontraban en orillas diferentes de un rio.
La
familia Ojeda estaba conformada por un humilde carpintero llamado
José, una querida costurera llamada María
quienes tenían dos hijos, Santiago y Juan. Los cuales estaban para
terminar el bachillerato y querían seguir sus estudios técnicos
para entrar a trabajar y así contribuir a la tranquilidad del hogar,
pues siempre existían momentos de angustia por falta de dinero.
Y
la familia Torrenegra conformada por Joaquín, un capataz de
construcción mal humorado, bebedor y mujeriego, su esposa era
Catalina una frustrada mujer que tuvo que abandonar los estudios al
quedar embarazada de Pepe, un joven rebelde y de mala cabeza que
andaba siempre en malos pasos y con malas compañías. Y Julia, la
menor de la familia consentida de papi y mami, a la que le daban todo
por ser la niña de papá.
José
aunque era humilde siempre tenía éxito en los trabajos que hacía,
pues era muy espiritual y había acostumbrado a su familia a
reconocer a Dios en sus vidas. Desde pequeños enseñó a sus hijos a
reconocer a Dios en todos sus caminos, y ellos siempre tenían en
cuenta la opinión de sus padres y los
principios cristianos.
Un día Juan, el hijo menor de los Ojeda, fue invitado por
Pepe a un partido de futbol en el estadio de la ciudad, Juan que admiraba
a Pepe lo siguió. Estando en mitad del partido y luego de que Pepe
le presentara algunos amigos, éste le ofreció una pastillita que
hacia subir al cielo y ver estrellitas. Juan tentado y al ser
presionado por toda la camada fingió tener dolor de estomago y ganas
de ir al baño.
– Este, Pepe no sé, tu sabes que eso no está bien y a mí no me llama mucho la atención que digamos. Yo te aprecio mucho, pero eso no va conmigo. Como que me cayó el mango mal porque tengo ganas de vomitar. - Le respondió con cierto temor Juan al perverso amigo.
– No me digas que tienes
miedo. ¿Te vas a rajar? Yo pensé que eras un macho, como yo. Mira
que hasta las chicas lo hacen y ellas la pasan rico. –Siguió
insistiendo el tentador.
– Ese
mango como que estaba pasado, porque tengo ganas de vomitar. Hombre,
espérame un momento que voy a ir al baño. – Se excusó el joven tratando de evadir el peligro.
Y
levantándose se dirigió al baño a lavarse la cara y a pensar cómo
zafarse de las intenciones de su malévolo amigo.
– Joda Pepe se la embarró,
eche, está perdido él y quiere joderme a mí, es verdad lo que
dice Santiago, a metros con ese chico.
Y Juan haciendo alarde de
diplomacia y suspicacia se zafó del grupo de amigos, no pudo
terminar de ver el partido. Se retiró y se fue para su casa en bus. Angustiado por lo que le había pasado esperó a que llegara su padre para contarle lo sucedido.
Juan en la noche le cuenta a su
papá José lo que le había pasado con Pepe y éste le comenta:
– Te he dicho que no andes con
ese joven, ese muchacho va a terminar mal. Lo mejor que puedes hacer
es irte alejando poco a poco para que no se dé cuenta, pero si tú
no te alejas tendré que tomar cartas en el asunto.
– Si papá hoy me quedó claro
qué destino quiero tener y no es el de Pepe. – Le
respondió el angustiado joven a su padre.
En la noche en medio de la
oscuridad José esperó que todos se durmieran, incluida su esposa e hizo una oración para proteger a sus hijos del mal:
Un día José se enfermó como
muy pocas veces lo había hecho en su vida, angustiada, María lo
llevó al médico quien lo remitió a piso porque tenía un principio
de neumonía. El médico al hablar con María le comentó la situación a ella sola.
– ¿Doctor es grave lo que
tiene mi esposo?
– No se preocupe señora si se
atiende a tiempo todo tiene solución.
– Mija
no me gusta ni estar enfermo ni los hospitales. – Le
confiesa José a su esposa con mucha tristeza desde el cuarto.
– Si te
toca quedarte por un tiempo te va a tocar.
No seas terco, que con la ayuda de Dios todo va a salir bien. – Le
respondió con energía la preocupada mujer una vez entró nuevamente al cuarto y de haber terminado de hablar con el doctor que atendía a José.
– Llama
a nuestros hijos para que sepan dónde estamos y no se preocupen
tanto. – Le
insistió el enfermo.
– Ya
los llamo, tú quédate acostado y te vas a tomar las pastillas que
el médico te mande. Y si te toca inyectar no vas a chistar.
María,
en la puerta del hospital, se comunica por celular con su hijo mayor,
Santiago, quien un poco angustiado y extrañado por la inusual
enfermedad de su papá localiza a Juan y juntos toman un autobus para
llegar a ver a su padre.
Al llegar, toda la familia rodea
a José que se siente un poco triste por ser él ahora quien necesita
de la protección, atención y amor de su familia. La cual en estos
momentos sabe que la unión y la fe es lo mejor para la salud del
enfermo.
– Hay mija, no pensé en estos
momentos estar así, en un hospital pinchándome todo el día y con
ustedes cuidándome, cuando siempre he sido yo el que los ha
protegido siempre. - Expresa
con tristeza José.
– Hombe papi cógela suave que
como en muchas ocasiones, con la ayuda de Dios salimos de esta. No
hay mal que por bien no venga, de pronto lo mejor para ti es estar
ahora en este lugar. - Lo
alienta Santiago, el mayor.
– Aja
descansa y disfruta del cuidado que te estamos dando. Ya vimos que
no eres de hierro, que eres humano y le tienes miedo a las
inyecciones ah. - Lo
molesta Juan, el menor.
Y
riendose de la situación entienden que todo el tiempo no se puede
ser infalible a las enfermedades y al tiempo, puesto que los años no vienen en vano.
Cada noche que pasaba José en
el hospital oraba por su salud, por su familia y por sus vecinos.
– Señor te ruego que según tu
voluntad, me permitas volver con mi familia a salvo. Cúrame oh Dios
de la sanación, en tus manos encomiendo mi cuerpo, mi salud y mi
familia. Señor lleva tu luz a mi vecino Joaquín.
Lo
mismo hacía María y sus hijos. Oraban cada noche por la salud de su
esposo y su padre respectivamente. Ya que el médico les había
comentado que si José hubiese llegado tres días más tarde hubiera
sido muy difícil hacer algo para salvarlo.
Catalina,
la vecina, al notar la casa vacía y ver que José ya hacía varios
días no había vuelto a la casa, decidió preguntarle a María por
su marido.
– Aja
María y ¿José donde está que hace como cinco días que no lo veo
y no ha venido tampoco?. Y veo que tus hijos una vez que llegan del
colegio se cambian y salen de una.
– Es que José esta internado
en el hospital porque tuvo una pequeña infección en los pulmones y
nos lo dejaron internado, mientras los médicos le tratan la
infección. Esto ha sido muy duro para mí y para los chicos porque
nunca habían visto a su papá enfermo.
– Bueno
que se mejore pronto José es raro verlo enfermo. –
Le
desea la curiosa vecina.
Por la noche al llegar su marido
a la casa, Catalina le comentó a Joaquín las dificultades por las
que pasaban los Ojeda y la enfermedad de José, el jefe de esa
familia.
– Imagínate,
amor, que José está enfermo y está hospitalizado desde hace
varios días, y María y los pelaos no andan al lado.
– Aja
y a ti que te importa, que ¿estás preocupada por el vecino?
– !Tú
como siempre, con esos malditos celos¡. ¿No son vecinos nuestros?.
Cada vez que necesitas un favor sales corriendo a pedirle ayuda a
José.
– Le
increpó Catalina a su esposo por la respuesta agresiva de éste.
– Que
nada, eche, ¿No y que tiene la protección de Dios?, pues que su
Dios lo cure, tanto que habla de él. Vamos a ver si tanta
oracioncita y tanta ida a misa le van a servir para sacarle el
cuerpo a la huesuda, esa cuando viene no la detiene nadie. Por eso
hay que gozar la vida como se pueda y cuando se presente la ocasión.
–
Fue la respuesta soberbia y razante de Joaquin.
– Definitivamente
tu eres único, no le temes a Dios ni a la muerte, yo no sé que me
pasó por la cabeza cuando me enamoré, me tienes decepcionada. –
Le
gritó con decepción la mujer ya malhumorada.
– !Pa joderte¡, si quieres
irte allí está la puerta, pero te llevas a esos pelaos porque yo
no voy a arriar con ninguno. Si se van se van todos.
Y
a los 7 días de haber sido internado José y luego de una fuerte
lucha contra la infección, el cuerpo de José respondió muy bien a
los antibióticos y tratamientos de los médicos. Todos estaban
felices porque el padre y esposo volvía a casa sano y salvo. La
crisis los había unido y había hecho que el amor de pareja y
familia se fortaleciera mucho más. Ellos
sabían que Cristo y los médicos eran la fórmula para curar y pasar
la crisis.
Tres
meses después de esto Joaquín empezó a sentirse mal. Por las
noches no podía dormir. Ya angustiado por su salud fue donde su
hermano Alberto, quien vivía en otra ciudad cercana y era el mayor
de todos sus hermanos, para desahogarse. Al estar solos le dijo:
– Hace ya como una semana que
no puedo dormir y cada vez que orino me arde. Y ya no me da ganas de
echarme una cana al aire. Estoy jodido hermano.
– Eche
hermano, no me digas que ya no puedes, tu sabes. –
Le preguntó su hermano Alberto.
– Tu
sabes que yo siempre estoy en disposición y a las chicas no se les
puede fallar. Ya hace rato que no consigo nada bueno de trabajo pura
cosa pequeña, el Pepe anda perdidó en la droga y la niña de vaina
no me ha salido loca. – Se quejaba Joaquin con
su hermano.
– Eso
crees tu hermano, hace como quince días tuve que regañarla porque
la encontré en un malecón a oscuras con dos pelados del colegio y
la tuve que regañar. – Le informó el tío de
la muchacha, el cual viajaba costantemente a la ciudad vecina a
hacer sus negocios y a visitar a sus amantes.
– ¿Cómo
va a ser, y tú no me habías dicho nada? . Estas jodido, con
hermanos como tú para que enemigos.
– Conociéndote
sabía que la ibas a maltratar sin remordimiento y también ibas a
arremeter contra Catalina, la que ya mucho has desgraciado con la
vida que le has dado. – Le
hizo saber Alberto.
– !Estoy
mas salado que pescado atrapado en salina¡. Eche, voy a tener que
hacerme un trabajo porque ya no aguanto esta mala suerte estoy que
me tiro al mar. – Le informó Joaquin.
De vuelta a la ciudad donde
residía, una vez Joaquín llegó a su casa la emprendió contra
Julia, su consentida, y le pegó duramente por lo que interveno
Catalina, su esposa y madre de la niña, recriminandole el maltrato a
su hija.
– ¿Porqué vienes
endemoniado, que te pasa?, ¿Ya no es suficiente con la vida que nos
das? A mi me tratas como un trapo, a Pepe ni le prestas atención a
todo lo que hace, ya está perdido en la droga y ahora a Julia la
golpeas sin ni siquiera decir porqué. ¿De dónde vienes que traes
al diablo encima o es que tú lo eres?
– Ya
estoy aburrido de esta situación nada me sale bien, tú vives
frustrada y amargada, el otro no sirve para nada y ahorita hay que
irlo a recoger a la mitad de la calle cuando ya no se acuerde ni de
su propio nombre. Y ahora ésta degenerada la encontró el tío en
el malecón con dos tipos, ni siquiera con uno con dos. –
Le
recriminó a las dos por tal información recibida.
– Es
que tú traes el mal encima, debes estar es embrujado por tanta cosa
mala que has hecho, quien sabe que mujercita ardida te habrá echado
algún mal por lo perro que eres. Ya vete a dormir y dejamos en paz.
–
Le
recriminó la mujer completamente desfigurada por la ira y la
frustración de su alma.
– Mañana
vamos donde tu tío Casimiro para que nos eche la suerte y ver si
tengo algún trabajito encima y me lo quita. – Le respondió Joaquin a su esposa sobre la idea de visitar el
tio de ésta, quien era un brujo reconocido de la ciudad y siempre
visitaba Joaquin para echarse la suerte.
Y
así fue, lejos de reconocer la falta de Dios, de buscar en
Jesucristo el perdón, la reconciliación y la sanación, Joaquín
buscó salidas oscuras y equivocadas. El tío Casimiro, con tal de
ganarse la platica como buen charlatán, le confirmó lo que
sospechaban y le envió a tomar a Joaquín un brebaje que lejos de
mejorarle la situación le empeoró el estado de salud que tenía y
el cual no había querido tratar Joaquin como debe ser, con
Dios y la Medicina.
Joaquín
en menos de 7 días fue consumiéndose y acabándose como un árbol
que se seca y se marchita. A los 10 días de haberse tomado el
brebaje y de ponerle velas a toda fuerza oscura, Joaquín conoció a
la huesuda, tal y como él lo había predicho con la suerte de José.
Lo que nunca Joaquín quiso saber es que sí hubo uno que le sacó el
cuerpo a la muerte y la venció en su propio reino resucitando y
viviendo para siempre… Jesucristo.
Joaquin
tenía sida
sin saberlo, pero no murió de eso, sino de una infección urinaria y
una inflamación de la próstata que, al no ser tratada lo llevó a
una asepcia mortal. Por fin, Catalina pudo recoger a sus hijos y
juntos pudieron salir adelante a todas las adversidades. Tuvieron que
pasar muchas necesidades después de todas estas cosas, pero
con el consuelo de sus vecinos y alejándose de su tio Casimiro pudo
encontrar la paz para su familia.
Pensada y Escrita por Henry Castro de La Hoz
No hay comentarios:
Publicar un comentario